Acabé haciéndome ovillo
en los pliegues de tu pensamiento
aun sabiendo que quizás el vuelo
no sería eterno.
Se están rompiendo todos los vértices que me unían a ti
y mi interior no para de desplomarse como un edificio viejo
al que todo el mundo mira
pero nadie hace caso.
Tengo la garganta llena de flores clavándose en cada sosiego
que me cubre de ti.
El corazón, en una cruzada entre sentimientos y fantasmas
que termina en empate, y mariposas carcomidas por la soledad
de un estómago desierto.
Tengo los labios cortados
de tanto besar muros
y el alma embarrada de tanto luchar conmigo misma.
Sin fin.
Sin mí, perdida.
No te das cuenta de que estoy sufriendo un estado emocional
más crítico que vivo y la idea
constante de haberte perdido
persiste sin pausa.
Frena este cataclismo de vida
porque ya hace tiempo
que no bailo descalza en tus diluvios.
Al fin y al cabo somos como somos porque dejamos de querernos.
Voy a acariciarme lentamente
las rodillas antes de tirar el amor
por la borda, a ver si así
me duele todo un poco menos.
Si lo encontráis en el fondo del mar en el que encontré tranquilidad, dejadlo.
Ya volverá a despeinarme la nostalgia.
Le escribo al desamor desde la ciudad
de la calma bajo miradas
con complejo de cascadas
y guardo en maletas la tristeza
que me dejaste antes de que mi espalda
se derrumbe.
Me equivoqué al pensar que podrías llenarme las noches
y curarme los vacíos.
Ahora no sé dónde mirar para volver a tenerme.
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