Renacemos constantemente
creyendo que es la última vez,
que nos vamos a ir siendo recuerdo
y que todo el dolor va a desaparecer.
Y no,
no es así,
no ha pasado un año y aún sigo
sin saber dónde estoy,
curando a base de aire y silencios
las heridas que un día la vida
me hizo sin previo aviso,
recomponiendo mis puzzles
mi piel, mi hogar,
intentando entender
el por qué
por qué a mí,
por qué ahora,
por qué tanto dolor
sin sueño, tanto grito que ahoga
tanta fuerza en vano
tanto tiempo desgastado
tantas ganas de vivir
que visten falda de libertad
y construcción de mis destinos.
Ahora duermo menos,
como menos
tengo menos tiempo
y lo aprovecho en lo que quiero.
Vivo cansada y me alimento de lo volátil,
de la soledad que supone
que nadie entienda ni sepa lo que sientes.
Para las próximas Navidades solo pediré
huidas en vasos con limón,
ni salud ni dinero,
porque la primera se agota
y lo segundo aún más.
Yo solo quiero ser feliz
por mis propios medios
y que el karma algún día
me devuelva en positivo
tanto daño y lágrimas caídas en combate.
Voy a refugiarme en quienes quieran
abrazar la fragilidad con esmero
y en quienes quieran estar a punta de pistola
de mi mano.
Sumar heridas siempre se me dio bien
ahora, voy a coleccionarlas para poder
cerrar el álbum y sonreír en paz.
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