jueves, 4 de septiembre de 2014

Náufragos y tormentas

Navegaba en los mares de palabras anclada a tus costillas sabiendo que no llegaría a ahogarme en nuestro próximo diluvio.
Solo quería hundirme en los recovecos de tus palmas, 
dejarme llevar porque eres corriente,
surcar el cielo de tu boca 
como el barco que atraca en una cala sabiendo que ese es su sitio.

Seguía soportando abrazada a tu espalda

-mi mejor tabla en el océano de nuestras vidas devastadas-
todos los propósitos escritos en papel,
incumplidos y desvanecidos. 
Aguantaba la tormenta interna
y los escalofríos mientras te miraba.
Me salvabas y no había otra manera de (re)encontrarme 
que no fuese perdiéndome en tu alma, 
en ese mar donde sigo naufragando constantemente contra viento y marea.
No me canso.
No te rindas.

Has empapado mis sueños de un rastro

de recuerdos bañados de nostalgia
y ahora no puedo desvestirme de esta vorágine incoherente de ti
que está inundándome el pecho.
Sentimos lo mismo al intentar atrapar una ola justo en el momento en el que cae rendida y cuando la incertidumbre nos invade.
Desesperación.
Menos mal que los estragos aún pueden ser compensados por los nudos entre mis besos y tu piel.
Aunque más bien tenemos que intentar mantenernos de pie
buscar la sensatez y gritar a la prudencia.
Estar estables.
Las intenciones resisten y nuestros débiles corazones también,
así que ven a llenarme los pulmones de caricias y las cicatrices de sal.
Prometo tragarme los suspiros y dejar el agua estancada en tu pelo.

Se acabó el naufragio.

Todos los instantes se redujeron a cenizas y durante el incendio casi muero de hipotermia.
Yo tampoco me entiendo pero este es el tercer hundimiento en la comisura de unos labios asustados,
en un vendaval de mentiras absurdas, 
y me he quedado sin bote salvavidas, varada, 
en esta profunda hendidura en la que te has quedado a vivir.

Sin mí. 

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