Yo también me enamoré de la vida más de una vez,
desde entonces los semáforos no cambian de color
las agujas del reloj han dejado de marcar las y media
y el olor a tierra mojada ya no se cuela por la ventana.
Estoy en riesgo de tener un Corazón partido en mil pedazos
por culpa de la vida a la que tanta luz he robado
y nunca me ha abandonado a la deriva.
Sigo buscando el arma que me permita
abrirte mi ventrículo intacto.
El resto por ahora está en plena reparación,
hasta nuevo aviso o despedida.
Los tropiezos bañados en dolor
recuerdan incansablemente
los besos perdidos y los gritos ahogados
bajo una cortina de escombros
que no han sabido recomponerse,
igual que yo.
Y si la vida duele nos aguantamos y sonreímos bien alto
y no fuerte porque la fuerza está coja de felicidad
desde hace un tiempo y desde las alturas
se siente todo más claro.
Nos reconocemos en silencio,
por las ganas y también por los miedos.
No sé que pesa más en la balanza del desconsuelo.
He dado dieciséis vueltas alrededor del Sol y aquí sigo,
intentando recorrerte cada milímetro sin sufrir más rasguños.
Todo esto es algo parecido a una declaración de intenciones
a unos oídos sordos y cobardes.
Es como irse sin nunca haber llegado
y
tener la sensación de que has estado.
Cuando se habla de amor hay que ser valiente
porque corres el riesgo de acabar con el corazón cicatrizando
encima de las manos y la mirada perdida en una esquina.
Exactamente igual que un bombardeo que estalla
cuando mis ojos no saben si decirte que te quedes queriéndome
o que te vayas dejándome unas bonitas ruinas
para volver a reconstruirme.
Ni conmigo, ni sin ti, y aún así
te sigo considerando poesía por encima de cualquier verso,
porque duele(s) a morir.
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