Escucho ruido,
el viento sopla y me golpea la cara,
sueño despierta mientras piso suelo firme
y me he dado cuenta de que andar sin rumbo,
sin un camino que seguir,
sin tener delante unas huellas
es una forma de salvarse.
He aprendido a creer en la eternidad de un abrazo,
a esquivar las piedras con nombre de error
y a levantarme antes de caer.
Ahora sé refugiarme en mi propia espalda
y puedo construir cien trincheras,
que nada ni nadie va a disparar contra mi pecho descubierto.
Puedo morir matando por los que quiero
y por los que me quieren,
mirar de frente a cada uno de los corazones
que no se atreven a ser valientes
y provocar un vendaval
sabiendo que mis heridas no van a sangrar.
Soy capaz de bailar en una cornisa de la mano del suicida,
de volar hacia ninguna parte sin miedo a perderme,
soy capaz de combatir la distancia con palabras
y de andar descalza sobre los cristales de un pasado roto.
Aguanto, pienso y escribo en el aire una declaración de alegría.
Ahora yo, solo río.
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