lunes, 10 de abril de 2017

(Salva)vida(s) efímera.

Caía el otoño sobre su espalda
y las hojas del suelo volaban a su paso.
Cada paso que avanzaba hacia mi
-la rama rota caída del árbol-
significaba coger aire nuevo
y volver a nacer de la tierra pisada y quemada.
Sobre las flores hechas polvo.

Hacia tiempo que no sentía calor
con un atardecer,
que no sentía un hogar en otros brazos
que no me encontraba a mi misma en el reflejo
de otras pupilas y en las comisuras
de su tímida sonrisa.

En ese instante de vértigo supe que su cuerpo
formaría las paredes efímeras
que se derrumbarían con un soplido
en cuanto saliera por su puerta.

Lo sabes, sí, y aun así entras
sin más
para hacer del echar de menos
un infinito cerrado.
Ilimitado y momentáneo.

Ese justo instante en el que tus sentidos
dejan de recordar su olor
para adentrarse en otros desastres
naturales comprendes que ya no hay rastro
de todo aquello que tenias miedo a perder.
Y que has ganado.
Has ganado vida y paz.
Descanso efímero que te llena
los ojos de brillo, las manos de fuerza
y las fuerzas de ganas.

No sé si algún día te volveré a ver
si volveremos a coincidir
haciendo de la casualidad
una causalidad preciosa e inimaginable
donde solo nos queda salvarnos, de nuevo,
de nuevas heridas.
Otra vez, en la infinidad de lo efímero.



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